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Situado en la zona más elevada de nuestra localidad, lo que nos permite acceder a unas estupendas vistas de Almadén. Proviene del S. XII, época en que la mina de cinabrio estaba en manos de los árabes, quienes construyeron alrededor de las explotaciones unas murallas fortificadas que las protegieran, y que las abarcaban en su totalidad.

En un principio, este fuerte no tenía población asociada. Se conocía al lugar como Ins Al-Madin (el fuerte o la fortaleza de la mina). Progresivamente se fueron sucediendo una serie de asentamientos, reducidos en un primer momento y con el tiempo más numerosos, que constituyen el origen de la actual localidad. Es por eso que desde un primer momento dicho poblamiento adopta el nombre que ya tiene esta fortaleza, pasándose a llamar Al-Madin, es decir, La Mina.

Este hecho comienza en 1151 con la conquista de la zona por el rey cristiano Alfonso VII, pero es particularmente significativo en tiempos de su nieto, Alfonso VIII, quien en su orfandad y siendo menor edad fue tutelado por miembros de la poderosa Casa de Lara, que tenía como miembro de su gobierno al conde Don Nuño.

Castillo de RetamarEn 1168, el rey hizo cesión de este territorio a Don Nuño de Lara y a Don García, Maestre de Calatrava. Del acuerdo entre ambos se determina que Almadén sea patrimonio de la Orden de Calatrava, juntamente con la Dehesa de Castilseras. Prácticamente en el acto, pasó a explotar las minas mediante su arriendo a diferentes particulares.

En 1218, el rey Fernando III confirma la donación de la mina, y esta es sucesivamente confirmada por los demás monarcas: Alfonso X lo hizo en 1251 y Sancho IV en 1285 y en 1289. La localidad recibe el titulo de villa en 1417.

En 1467, el clavero de la Orden (este título equivale al del lugarteniente del Maestre, el cual estaba encargado de la defensa de la sede de la Orden en Calatrava la Nueva) Don García López de Padilla, reinserta esta fortificación en sus funciones defensivas y de control, puesto que la amplía y la integra en la red de castillos de comunicación y defensa que se extendía por toda la frontera cristiano-musulmana y de los que pueden ser ejemplos el de Aznaharón, de Los Donceles, el Castillo de Chillón, de Santa Eufemia, de Capilla, de Puebla de Alcocer, etc.

Los monarcas comenzaron a incorporar los territorios de las órdenes a la corona progresivamente; el turno de Almadén fue en 1512. Para 1523 termina el arriendo de los Maestrazgos, y Almadén pertenece ya a la Corona de Castilla. Aunque, sobre el terreno, la situación varía poco: las minas se siguen explotando mediante arriendos a particulares.

A medida que transcurren los tiempos, la función de defensa propia de la época árabe ya no se ve necesaria, puesto que los violentos e inseguros momentos de la reconquista han tocado a su fin. Las murallas de la fortaleza van perdiendo su función y sus piedras se empiezan a reutilizar en la propia mina e incluso en las nuevas viviendas que se van levantando a su alrededor, hasta perder bastante de la extensión originaria.

Durante el siglo XVIII se repara con piedra y con ladrillo, aunque con menores dimensiones, añadiéndole una torre de base cuadrada y dos puentes interiores, finalizando la reconstrucción ya en el siglo XIX. 

Durante la I Guerra Carlista, Almadén sufrió el ataque y conquista por parte del bando Carlista el 24 de octubre de 1836. Durante la batalla, que duró dos días, el Castillo de Retamar se convirtió en el núcleo central de resistencia y último baluarte en rendirse.

Castillo de Retamar
Impresionante atardecer visto desde el Castillo de Retamar

 

La torre recibe en el siglo XX la función de campanario con el añadido de una campana y un reloj situado mirando hacia la mina (oeste). Si bien el reloj desaparece tiempo después por estar muy deteriorado, sigue conservándose actualmente en sus instalaciones la base circular de este con algunos agujeros de disparos.

El entorno en que se integra adquirió su aspecto actual tras una ambiciosa rehabilitación de la zona llevada a cabo en 2011, con una inversión total de 148.726 €, consolidando los muros que dividían el Castillo con las viviendas colindantes, mejorando el drenaje y la recogida de aguas de lluvia, y construyendo la valla de protección.

La calle que conduce al Castillo recibió una pavimentación con árido rodado y se iluminó el interior del monumento.

No solamente es magnífica la vista que ofrece desde su altura; también es digna de admirarse la base en que se asienta el Castillo propiamente dicho. En ella se pueden apreciar cortes de cuarcita entre los cuales aparecen los filones de cinabrio que impregnan sus fisuras.

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